Colombia: Los sindicatos luchan por la supervivencia
El descalabro sindical sigue avanzando en medio de los reiterados llamados de sus dirigentes a la unidad para fortalecerse y hacer frente común a las políticas del Estado y de los empresarios que consideran nocivas para los intereses de los trabajadores y de la población en general.
El descalabro sindical sigue avanzando en medio de los reiterados llamados de sus dirigentes a la unidad para fortalecerse.
Desde hace muchos años se volvió un lugar común hablar de la crisis del sindicalismo colombiano, reflejada en el muy bajo número de afiliados que pone en entredicho su representatividad de los trabajadores y su capacidad para defender los intereses de estos.
El descalabro sindical sigue avanzando en medio de los reiterados llamados de sus dirigentes a la unidad para fortalecerse y hacer frente común a las políticas del Estado y de los empresarios que consideran nocivas para los intereses de los trabajadores y de la población en general.
Esa buscada unidad, sin embargo, no ha cuajado y por esto no es extraño que el presidente de la Central Unitaria de Trabajadores (CUT), la más grande de las tres que existen en el país, Carlos Rodríguez, afirme sin titubeos que el sindicalismo atraviesa la mayor crisis de su historia, similar al del resto del mundo.
Los trabajadores sindicalizados, ligeramente por encima de 830.000, están repartidos en 1.700 sindicatos de base y 147 sindicatos de industria o de área (que agrupa a trabajadores de un mismo sector económico y no de una sola empresa, como los de base). Muy pocos y, además, con una gran dispersión, lo cual, a todas luces, los hace vulnerables y débiles a la hora de negociar con los empleadores o respaldar sus planteamientos a los mismos empresarios y al Gobierno.
Tratar de superar esa realidad implica cambiar o afinar la estrategia seguida hasta ahora por los dirigentes de los trabajadores que, en esencia, ha sido impulsar los sindicatos de base ya que estos, en el nuevo escenario de internacionalización de la economía, no tienen nada qué hacer, según lo reconoce Rodríguez. Es decir, están mandados a recoger.
Lo que se impone, según su apreciación, es la creación de sindicatos de industria fuertes y con un gran poder de negociación para defender los intereses de los trabajadores.
Ello conducirá, entonces, a la desaparición de los sindicatos de base (en la CUT ascienden a 746, en la CGT a casi 900 incluidas otras organizaciones sociales y en la CTC a aproximadamente 120) y a replantear la forma de actuar de la mayoría de los sindicatos de industria.
Y es que si bien existen esos sindicatos de industria, la mayoría no negocia pliegos de peticiones para todos los trabajadores del sector a que pertenecen, sino que negocian empresa por empresa, lo cual no corresponde a la naturaleza y fines de la organización de los obreros por rama de actividad productiva.
Es lo que sucede, por ejemplo, con los empleados bancarios, que a pesar de estar agrupados en un sindicato de industria, cuando se sientan a negociar con los empleadores lo hacen es banco por banco y no con la representación empresarial de ese sector.
Para la CUT, que desde el pasado martes está realizando su V congreso, su presidente tiene cuentas precisas: crear 21 sindicatos que agrupen a los empleados y obreros de igual número de ramas industriales y estimular la afiliación directa de trabajadores a la central sin tener que pasar por el primer escalón de los sindicatos de base.
Esta última opción es vista con buenos ojos por los otros directivos sindicales, que la ven como una alternativa viable para crecer y recoger a los trabajadores que laboran en empresas tan pequeñas que no dan para poder reunir el mínimo de afiliados para arrancar, que según las normas colombianas es de 25, y para no ser objeto de las represalias de algunos empresarios.
De aprobarse esta estrategia, que se ha venido discutiendo desde hace varios meses, el panorama del sindicalismo colombiano puede cambiar radicalmente, quizás no tanto por un aumento abultado y rápido de sus afiliados sino porque se estaría dando una especie de salto cualitativo, como ya es común en algunos países europeos o en algunas ramas de actividad en Estados Unidos.
La cohesión aún no está a la vuelta de la esquina
Algunos hechos recientes muestran con claridad la ausencia de una cohesión sólida en la dirigencia sindical, que aunque no ha llevado a que surjan otras centrales obreras sí hacen mella en la confianza de los afiliados de base y pueden desanimar la vinculación de nuevos miembros.
Cuando hace menos de un mes se conoció la intención del Gobierno de liquidar al Seguro Social, Saúl Peña habló como presidente del sindicato de la entidad y rechazó esa posibilidad al tiempo que abrió las puertas para una eventual revisión de la convención colectiva.
De inmediato, el vicepresidente del mismo sindicato, Alberto Pardo, rechazó la posición de Peña, de quien dijo ya no era el presidente de Sintraiss porque había renunciado al Seguro Social desde enero.
Casi simultáneamente, en la cúpula de la CUT un sector recriminaba públicamente a otro por el acuerdo firmado con el Gobierno y los empresarios bajo el auspicio de la OIT para abordar problemas de los trabajadores sindicalizados y formalizar el regreso de las centrales obreras a la Comisión Nacional de Concertación.
En diciembre, cuando en dicha Comisión se acordó el aumento en el salario mínimo para este año, algunos representantes de los trabajadores acusaron a otros de haber entregado la negociación.
Desde fuera se presiona la unidad de los trabajadores colombianos
El sindicalismo mundial no escapa a la crisis generada, entre otras causas, por la globalización de las actividades productivas, lo que ha obligado a un replanteamiento de las grandes organizaciones internacionales de trabajadores, que se han puesto como objetivo la creación de una sola central mundial que se concretará en una cita cumbre los primeros días de noviembre en Viena (Austria).
La tarea no termina ahí sino que la meta de la dirigencia sindical es fundar, hacia finales del 2007, una sola central continental en América, lo cual implica u obliga a procesos unitarios de las centrales obreras en cada país, que para el caso colombiano cuenta con el beneplácito explícito de los directivos nacionales de la CUT y de la Central de Trabajadores de Colombia (CTC), la más antigua del país, y son bien vistos, con algo de reserva, por la Central General de Trabajadores (CGT).
Es decir, que los intentos fallidos de fusión de todo el sindicalismo colombiano (el más cercano y anunciado el año pasado fue el de la CUT con la CTC) podrían tener un nuevo aire que se originaría menos por la crítica situación local que por la presión ejercida desde el exterior por la tendencia unificadora que se vive en el mundo.
Aunque tener una sola organización continental no significa terminar de una vez por todas con la división interna en Colombia, las centrales obreras que no le jalen a la unidad no tendrán los argumentos suficientes para convencer a sus respectivos afiliados de mantenerse como islas y al margen del movimiento internacional aglutinante de los trabajadores.
Aun si los directivos sindicales están de acuerdo con crear una sola central sindical con más fuerza y una proyección política de gran envergadura, el proceso corre el riesgo de arrancar y mantenerse en primera si las discusiones sobre la forma de hacerlo se vuelven interminables (algo que forma parte de la idiosincracia doméstica e impide concretar proyectos de amplio horizonte como el mencionado) y si las ambiciones personales y el afán de protagonismo son prioritarios en la agenda de cada uno de ellos.
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Desde hace muchos años se volvió un lugar común hablar de la crisis del sindicalismo colombiano, reflejada en el muy bajo número de afiliados que pone en entredicho su representatividad de los trabajadores y su capacidad para defender los intereses de estos.
El descalabro sindical sigue avanzando en medio de los reiterados llamados de sus dirigentes a la unidad para fortalecerse y hacer frente común a las políticas del Estado y de los empresarios que consideran nocivas para los intereses de los trabajadores y de la población en general.
Esa buscada unidad, sin embargo, no ha cuajado y por esto no es extraño que el presidente de la Central Unitaria de Trabajadores (CUT), la más grande de las tres que existen en el país, Carlos Rodríguez, afirme sin titubeos que el sindicalismo atraviesa la mayor crisis de su historia, similar al del resto del mundo.
Los trabajadores sindicalizados, ligeramente por encima de 830.000, están repartidos en 1.700 sindicatos de base y 147 sindicatos de industria o de área (que agrupa a trabajadores de un mismo sector económico y no de una sola empresa, como los de base). Muy pocos y, además, con una gran dispersión, lo cual, a todas luces, los hace vulnerables y débiles a la hora de negociar con los empleadores o respaldar sus planteamientos a los mismos empresarios y al Gobierno.
Tratar de superar esa realidad implica cambiar o afinar la estrategia seguida hasta ahora por los dirigentes de los trabajadores que, en esencia, ha sido impulsar los sindicatos de base ya que estos, en el nuevo escenario de internacionalización de la economía, no tienen nada qué hacer, según lo reconoce Rodríguez. Es decir, están mandados a recoger.
Lo que se impone, según su apreciación, es la creación de sindicatos de industria fuertes y con un gran poder de negociación para defender los intereses de los trabajadores.
Ello conducirá, entonces, a la desaparición de los sindicatos de base (en la CUT ascienden a 746, en la CGT a casi 900 incluidas otras organizaciones sociales y en la CTC a aproximadamente 120) y a replantear la forma de actuar de la mayoría de los sindicatos de industria.
Y es que si bien existen esos sindicatos de industria, la mayoría no negocia pliegos de peticiones para todos los trabajadores del sector a que pertenecen, sino que negocian empresa por empresa, lo cual no corresponde a la naturaleza y fines de la organización de los obreros por rama de actividad productiva.
Es lo que sucede, por ejemplo, con los empleados bancarios, que a pesar de estar agrupados en un sindicato de industria, cuando se sientan a negociar con los empleadores lo hacen es banco por banco y no con la representación empresarial de ese sector.
Para la CUT, que desde el pasado martes está realizando su V congreso, su presidente tiene cuentas precisas: crear 21 sindicatos que agrupen a los empleados y obreros de igual número de ramas industriales y estimular la afiliación directa de trabajadores a la central sin tener que pasar por el primer escalón de los sindicatos de base.
Esta última opción es vista con buenos ojos por los otros directivos sindicales, que la ven como una alternativa viable para crecer y recoger a los trabajadores que laboran en empresas tan pequeñas que no dan para poder reunir el mínimo de afiliados para arrancar, que según las normas colombianas es de 25, y para no ser objeto de las represalias de algunos empresarios.
De aprobarse esta estrategia, que se ha venido discutiendo desde hace varios meses, el panorama del sindicalismo colombiano puede cambiar radicalmente, quizás no tanto por un aumento abultado y rápido de sus afiliados sino porque se estaría dando una especie de salto cualitativo, como ya es común en algunos países europeos o en algunas ramas de actividad en Estados Unidos.
La cohesión aún no está a la vuelta de la esquina
Algunos hechos recientes muestran con claridad la ausencia de una cohesión sólida en la dirigencia sindical, que aunque no ha llevado a que surjan otras centrales obreras sí hacen mella en la confianza de los afiliados de base y pueden desanimar la vinculación de nuevos miembros.
Cuando hace menos de un mes se conoció la intención del Gobierno de liquidar al Seguro Social, Saúl Peña habló como presidente del sindicato de la entidad y rechazó esa posibilidad al tiempo que abrió las puertas para una eventual revisión de la convención colectiva.
De inmediato, el vicepresidente del mismo sindicato, Alberto Pardo, rechazó la posición de Peña, de quien dijo ya no era el presidente de Sintraiss porque había renunciado al Seguro Social desde enero.
Casi simultáneamente, en la cúpula de la CUT un sector recriminaba públicamente a otro por el acuerdo firmado con el Gobierno y los empresarios bajo el auspicio de la OIT para abordar problemas de los trabajadores sindicalizados y formalizar el regreso de las centrales obreras a la Comisión Nacional de Concertación.
En diciembre, cuando en dicha Comisión se acordó el aumento en el salario mínimo para este año, algunos representantes de los trabajadores acusaron a otros de haber entregado la negociación.
Desde fuera se presiona la unidad de los trabajadores colombianos
El sindicalismo mundial no escapa a la crisis generada, entre otras causas, por la globalización de las actividades productivas, lo que ha obligado a un replanteamiento de las grandes organizaciones internacionales de trabajadores, que se han puesto como objetivo la creación de una sola central mundial que se concretará en una cita cumbre los primeros días de noviembre en Viena (Austria).
La tarea no termina ahí sino que la meta de la dirigencia sindical es fundar, hacia finales del 2007, una sola central continental en América, lo cual implica u obliga a procesos unitarios de las centrales obreras en cada país, que para el caso colombiano cuenta con el beneplácito explícito de los directivos nacionales de la CUT y de la Central de Trabajadores de Colombia (CTC), la más antigua del país, y son bien vistos, con algo de reserva, por la Central General de Trabajadores (CGT).
Es decir, que los intentos fallidos de fusión de todo el sindicalismo colombiano (el más cercano y anunciado el año pasado fue el de la CUT con la CTC) podrían tener un nuevo aire que se originaría menos por la crítica situación local que por la presión ejercida desde el exterior por la tendencia unificadora que se vive en el mundo.
Aunque tener una sola organización continental no significa terminar de una vez por todas con la división interna en Colombia, las centrales obreras que no le jalen a la unidad no tendrán los argumentos suficientes para convencer a sus respectivos afiliados de mantenerse como islas y al margen del movimiento internacional aglutinante de los trabajadores.
Aun si los directivos sindicales están de acuerdo con crear una sola central sindical con más fuerza y una proyección política de gran envergadura, el proceso corre el riesgo de arrancar y mantenerse en primera si las discusiones sobre la forma de hacerlo se vuelven interminables (algo que forma parte de la idiosincracia doméstica e impide concretar proyectos de amplio horizonte como el mencionado) y si las ambiciones personales y el afán de protagonismo son prioritarios en la agenda de cada uno de ellos.
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